Contratapas (sus textos)

Camila Berguier / Ser grande (y otros cuentos)
Una inocencia que se pierde, que se disuelve en medio de situaciones cotidianas. Esa, podría ser, la clave que sintetiza y, al mismo tiempo, recorre las páginas de estos relatos de Camila Berguier.
Un mundo sostenido por el sueño de querer ser grande. El dinero, en principio, como la base, la llave que permite entrar a ese ámbito de los adultos. O, por ejemplo, la conmovedora historia de amor entre la chica que lee poesías en la plaza y el chico que remonta barriletes con los que hace poemas en el cielo. Y algo, un gusto inevitable, quizá, a frustración queda siempre sobrevolando en el aire de las cuatro historias.
Estos relatos están escritos con una prosa cuidada, sostenida por un ritmo que crea climas necesarios y que son los que convierten, finalmente, a las narraciones de Berguier en historias inolvidables.

Hernán Ronsino

Marqués de Sade / Hágase como se ordena (y otros cuentos)

"Sólo me dirijo a personas capaces de entenderme, y estas han de leerme sin peligro."

Marqués de Sade

Este es un autor de varias obras de una monstruosa obscenidad y de una moral diabólica. Era, sin discusión, un hombre teóricamente perverso. Pero, como en fin de cuentas no estaba loco, habría que juzgarlo por sus obras. Hay en ellas algunos gérmenes de depravación, pero no de locura; semejante trabajo supone un cerebro más bien equilibrado.

Marc-Antoine Baudot

El marqués de Sade, el espíritu más libre que hasta hoy haya existido, tenía acerca de la mujer algunas ideas particulares, pues quería que fuese tan libre como el hombre. [...] Pensaba, además, que hay una extrema conexión entre lo moral y lo físico.

Guillaume Apollinaire

Horacio Quiroga / Los buques suicidantes (y otros cuentos)

El estilo de Horacio Quiroga, este destacado escritor considerado el maestro del cuento latinoamericano, es oscuro, denso, selvático; siempre a punto de estallar, como picado por una víbora, envenenado.

Los cuentos que incluye esta selección son de los libros Cuentos de amor, locura y muerte (1917), Anaconda (1921) y Más allá (1935). Historias perturbadoras, terroríficas, que no dejan libre al lector una vez que se asomó a ellas.

El constante lidiar con los peligros de la naturaleza, la soledad y el delirio que esta conlleva son algunos de los temas recurrentes en toda la producción de Quiroga. La muerte parece pisar los talones de los personajes involucrados.

Es en la tensión generada por estas situaciones desafiantes que se construye un relato de lectura emotiva y atrapante, imposible de abandonar.

Saki / Los fabuladores

"Con una suerte de pudor, Saki da un tono de trivialidad a relatos cuya íntima trama es amarga y cruel. Esa delicadeza, esa levedad, esa ausencia de énfasis puede recordar las deliciosas comedias de Wilde".

Jorge Luís Borges

"El cuentista" se burla de lo moralizante de las fórmulas con las que se construyen los cuentos infantiles. "Sredni Vashtar" eriza la piel al ingresar en el sombrío mundo de una infancia desgraciada. "Los fabuladores", una contienda entre dos embusteros, gana la risa por cansancio. Los tres cuentos comparten la fantasía, el viaje hacía lo inconcebible: la necesidad de otros mundos para soportar el propio, tan hipócrita, tan ajeno.

Al reivindicar la literatura: la ficción y su soporte (el cuento en este caso), a poco más de noventa años de su muerte, Saki nos convence de seguir leyendo.

Narraciones italianas / La historia de Cipriano (y otros cuentos)

A lo largo de dos años Ítalo Calvino escogió, entre un cúmulo de narraciones recopiladas durante casi dos siglos, los doscientos mejores cuentos de la tradición popular italiana. A diferencia de la recorrida por distintos pueblos de Alemania que hicieron los hermanos Grimm, el escritor italiano obtuvo esta selección de un intensivo estudio sobre fuentes escritas. Su origen popular y su modo de transmisión oral son los rasgos más característicos de estas narraciones.

Las historias que aparecen en este libro son versiones libres, hechas por los editores, de cinco de aquellos cuentos. El lector va a encontrar aquí una reescritura que respeta los giros, las construcciones y el estilo de la narración oral, género habitualmente relegado de los cánones literarios.

Descubra en estos relatos las costumbre y las creencias, los deseos y los temores de un pueblo transmitidos oralmente a lo largo de generaciones.















El marco (cuento de Saki)

–La jerga artística de esa mujer me cansa –dijo Clovis a su amigo periodista–. Tiene la manía de decir que ciertos cuadros “brotan de uno”, como si se tratara de una especie de hongo.

–Eso me recuerda –dijo el periodista– la historia de Henri Deplis. ¿Nunca se la conté?
Clovis negó con la cabeza.

–Henri Deplis era nativo del Gran Ducado de Luxemburgo. Tras madura reflexión se convirtió en viajante de negocios. Sus actividades lo obligaban con frecuencia a atravesar los límites del Gran Ducado, y se encontraba en una pequeña ciudad del norte de Italia cuando le llegó la noticia de que recibiría una herencia de un pariente lejano recientemente fallecido.

No era una suma de dinero importante, aun desde el modesto punto de vista de Henri Deplis, pero lo impulsó a permitirse algunas extravagancias aparentemente inocuas. En particular, a patrocinar el arte local representado por las agujas de tatuaje del Signor Andreas Pincini. El Signor Pincini era, quizá, el más brilante maestro del arte del tatuaje que haya conocido Italia, pero la pobreza se cotntaba por cierto entre las circunstancias de su vida, y por la suma de seiscientos francos aceptó complacido cubrir la espalda de su cliente, desde el cuello hasta la cintura, con una deslumbrante representación de la Caída de Ícaro. La composición, una vez finalizada, decepcionó ligeramente a Monsieur Deplis, quien suponía que Ícaro era una fortaleza tomada por Wallenstein durante la Guerra de los Treinta Años. De todos modos se sintió más que satisfecho con la ejecución de la obra, que fue aclamada por todos los que tuvieron el privilegio de verla, como la obra maestra de Pincini.

Fue su mayor y último esfuerzo. Sin esperar siquiera que se le pagara, el ilustre artesano, dejó esta vida y fue sepultado bajo una ornamentada tumba cuyos alados querubines no hubieran ofrecido campo suficiente para el ejercicio de su arte favorito. Quedaba, sin embargo, la viuda de Pincini, a quien se le debían seiscientos francos. Y fue entonces cuando se produjo la gran crisis en la vida de Henri Deplis, viajante de negocios. La herencia, tras numerosas y pequeñas acometidas, quedó reducida a proporciones muy insignificantes, y una vez pagada una urgente cuenta de vinos y varias otras deudas, había para ofrecer a la viuda poco más que cuatrocientos treinta francos. La dama se sintió justamente indignada, no sólo, según explicó abundando en detalles, por los ciento setenta francos que faltaban, sino porque se pretendía depreciar el valor de la reconocida obra maestra de su marido. Al cabo de una semana, Deplis tuvo que disminuir su oferta a cuatrocientos cinco francos, circunstancia que tornó la indignación de la viuda en la más viva furia y la indujo a cancelar la venta de la obra de arte. Unos días después Deplis se enteró con cierta consternación de que la había donado a la municipalidad de Bérgamo, que la aceptó agradecida. Deplis abandonó el vecindario tan discretamente como pudo y se sintió sinceramente aliviado cuando, en razón de sus negocios tuvo que ir a Roma, donde abrigaba la esperanza de que se perdiera de vista su identidad y la del famoso cuadro.

Pero llevaba en sus espaldas el genio del difunto artista. Al presentarse un día en el corredor de un sauna debió vestirse de prisa forzado por el propietario del lugar oriundo del norte de Italia que se negaba enfáticamente a permitir que la celebrada Caída de Ícaro se exhibiera en público sin autorización de la municipalidad de Bérgamo. El interés público y la vigilancia oficial aumentaron a medida que el caso fue difundiéndose, y Deplis ya no podía darse el más breve baño en el mar o en el río, aun en las tardes más calientes, a no ser que vistiera ropa que lo cubriera hasta la nuca. Tiempo después, las autoridades de Bérgamo pensaron que el agua salada podía resultar perjudicial a la obra maestra y lograron que se emitiera una ordenanza que prohibía al acosado viajero bañarse en el mar cualquiera fuere la circunstancia. Deplis, por tanto, se mostró fervientemente agradecido cuando sus empleadores le encontraron un nuevo campo de actividades en la zona de Burdeos. Su dicha, sin embargo, cesó abruptamente en la frontera franco-italiana. Un importante despliegue de fuerzas oficiales impidió su partida, y se le recordó severamente la estricta ley que prohíbe la exportación de obras de arte italianas.

Entre los gobiernos de Italia y Luxemburgo tuvo lugar un entredicho diplomático, y por un tiempo la situación europea se vio ensombrecida por la posibilidad de una contienda. Pero el gobierno italiano se mantuvo firme; se negó a librar la menor acción a la suerte y aun a la vida de Henri Deplis, viajante de negocios, pero se mostró inconmovible en su decisión de impedir que la Caída de Ícaro (del difunto Pincini, Andreas), propiedad de la municipalidad de Bérgamo, saliera del país.

La agitación cesó palatinamente, pero el desdichado Deplis, que era retraído por naturaleza, se convirtió unos meses más tarde en centro de una furiosa controversia. Un alemán experto en arte, que había obtenido de la municipalidad de Bérgamo permiso para inspeccionar la famosa obra maestra, declaró que se trataba de un falso Pincini, probablemente la obra de algún discípulo suyo contratado durante sus años de decadencia. El testimonio de Deplis carecía de valor, pues durante el largo proceso de tatuado, había estado sometido a la influencia de los narcóticos habituales. El editor de un periódico de arte italiano refutó los argumentos del experto alemán y se propuso demostrar que su vida privada no se ajustaba a ninguna de las normas modernas de decencia. Toda Italia y toda Alemania se vieron envueltas en la disputa, y el resto de Europa no tardó en participar de la misma. Hubo discusiones acaloradas en el parlamento español y la Universidad de Copenhague otorgó una medalla de oro al experto alemán (después de haber enviado a una comisión para que examinara sus pruebas in situ), mientras que dos estudiantes polacos se suicidaron en París para mostrar lo que ellos pensaban al respecto.

Entre tanto, no mejoró la suerte del desdichado marco humano y no es sorprendente que se incorporara a las filas de los anarquistas italianos. Cuatro veces por lo menos fue escoltado hasta la frontera como extranjero indeseable y peligroso, pero lo traían siempre de vuelta como la Caída de Ícaro (atribuida de Pincini, Andreas, principios del siglo XX). Hasta que un día, durante un congreso anarquista que tuvo lugar en Génova, un camarada, en el calor del debate, le rompió sobre la espalda un pequeño frasco lleno de un líquido corrosivo. La camisa roja que llevaba mitigó el efecto, pero el Ícaro fue dañado hasta el punto de que ya no era reconocible. El atacante fue reprendido severamente por agredir a un camarada y recibió la pena de siete años de prisión por arruinar un tesoro artístico nacional. No bien pudo Henri Deplis dejar el hospital fue obligado a cruzar la frontera como extranjero indeseable.

En las calles más tranquilas de París, cerca del Ministerio de Bellas Artes, suele encontrarse a veces a un hombre deprimido y ansioso que habla con ligero acento luxemburgués como puede advertirse al entrar en conversación con él. Abriga la ilusión de ser uno de los brazos perdidos de la Venus de Milo y espera persuadir al gobierno francés de que lo compre. En todo lo demás, creo, es moderadamente cuerdo.